Pero cuando Mary Sickler avanzó, sin cabello, sin cejas, sin pestañas, el silencio no fue de sorpresa… fue de reconocimiento.

El tocado plateado, incrustado de cristales que capturaban cada haz de luz como si fueran constelaciones en movimiento, no ocultaba nada. Lo exaltaba. Su vestido, largo y cubierto de cuentas que brillaban como mercurio líquido, arrastraba tras de sí una estela de luz que no necesitaba de pelo para ser majestuosa. Era una declaración hecha tela, hecha metal, hecha presencia.

“Tenía el cabello a mechones, las pestañas habían desaparecido por completo, no tenía cejas y, sinceramente, ya no me reconocía” , confesó en una entrevista con PEOPLE . Esa voz, tan frágil al principio, se volvió firme en el escenario. No era una candidata que luchaba por encajar. Era una

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