Siempre he creído que utilizar el euskera como un elemento de disputa política hacía un flaco favor al prestigio y a la madurez de nuestro idioma y, además, pervertía la reivindicación ideológica por tratar de convertir un bien general y universal –la lengua– en una cuestión privativa de unos (muchos o pocos).

El euskera, como cualquier otro idioma, es un patrimonio común de todos los vascos, nacionalistas o no. Es, como significara Miguel de Unamuno, “el alma del Pueblo Vasco” y en tanto en cuanto lengua minorizada, es decir, históricamente marginada, perseguida e incluso prohibida, lo que provocó una restricción significativa de su uso en la vida pública, necesita de un importante consenso social en aras a su recuperación, normalización y proyección.

Dicho consenso se ha mantenido firm

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