 
Millones de personas trabajan mientras el resto duerme. Médicos, enfermeras, transportistas, vigilantes o empleados de fábricas mantienen el mundo en marcha durante la noche. Pero vivir a contrarreloj tiene un precio para la salud.
Los estudios coinciden en que el cuerpo humano no está hecho para funcionar de noche. Nuestro llamado reloj biológico o ritmo circadiano regula cuándo dormimos, cuándo tenemos hambre o cuándo producimos ciertas hormonas. Está programado para la luz del día , no para el turno de madrugada. Cuando lo forzamos a cambiar, todo el sistema se desajusta.
El cuerpo no se acostumbra
Un estudio del National Institutes of Health (PNAS, 2022) comprobó que, incluso después de varios días de trabajo nocturno, el cuerpo sigue funcionando como si fuera de día. En la investigación, los niveles de melatonina —la hormona que induce el sueño— no se ajustaron al nuevo horario, lo que demuestra que el organismo nunca se adapta del todo .
Esa falta de sincronía es la razón por la que muchas personas que trabajan de noche sienten cansancio, irritabilidad o dificultad para concentrarse, incluso tras dormir las horas recomendadas. Es como vivir con un jet lag permanente .
Dormir después de un turno de noche no repara igual que hacerlo por la noche. Un estudio de la Universidad de Bergen (BMC Nursing, 2024) mostró que los trabajadores nocturnos duermen una media de dos horas menos y con un sueño mucho más ligero y fragmentado.
Además, según la Cleveland Clinic, entre un 10 % y un 38 % de las personas que trabajan de noche padecen el llamado Trastorno del Sueño por Turnos, una alteración reconocida médicamente que provoca insomnio, somnolencia diurna y sensación de agotamiento constante.
Dormir más no siempre significa descansar mejor. El cuerpo no logra entrar en las fases profundas del sueño que permiten recuperar la energía y estabilizar las hormonas.
Más riesgo para el corazón y el metabolismo
Los efectos no se quedan en el cansancio. Un  metaanálisis del European Heart Journal (2023)  revisó millones de casos y concluyó que trabajar de noche aumenta en torno a un 20 % el riesgo de sufrir enfermedades del corazón. 
  La explicación es sencilla: al dormir y comer a horas irregulares, el cuerpo confunde sus señales internas . Las hormonas del estrés, la presión arterial y el azúcar en sangre se alteran, y con el tiempo esto puede favorecer la hipertensión o la diabetes.
Un estudio de la Universidad de Harvard (Diabetes Care, 2021) encontró que los empleados con turnos prolongados de noche presentaban más resistencia a la insulina y niveles más altos de glucosa, lo que incrementa el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2.
Luz artificial y riesgo de cáncer
La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, OMS) clasificó en 2020 el trabajo nocturno que altera los ritmos circadianos como «probablemente cancerígeno para los humanos».
Esto se debe a que la luz artificial nocturna reduce la producción de melatonina, una hormona que ayuda a proteger las células del daño. Aunque los expertos señalan que el riesgo es moderado, los estudios apuntan a una posible relación entre los turnos de noche prolongados y algunos tipos de cáncer, como el de mama o el colorrectal.
No solo el cuerpo se resiente. Un estudio de la Universidad Nacional de Seúl (Sleep Medicine, 2024) observó que las personas que trabajan de noche de forma continua tienen peor memoria, menor concentración y más síntomas de ansiedad y depresión.
Los investigadores describieron este estado como una «desincronización mental»: el cerebro recibe señales contradictorias sobre cuándo debe estar activo y cuándo descansar. Esa confusión constante afecta la claridad mental, el estado de ánimo y la toma de decisiones.
Un coste que no se ve, pero se siente
Los estudios son claros: el cuerpo humano no está diseñado para vivir de noche. Alterar los ritmos circadianos afecta al sueño, al corazón, al metabolismo y al bienestar psicológico.
No se trata solo de dormir menos, sino de dormir fuera de tiempo. La luz, el silencio y la temperatura del día no favorecen el descanso, y el cuerpo nunca logra equilibrar del todo sus procesos internos.
El trabajo nocturno mantiene activa la sociedad, pero desgasta al organismo. Reconocer este impacto es el primer paso para entender que, aunque la noche tenga su propio ritmo, no todos los cuerpos están hechos para seguirlo.

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