“Existen otros mundos, pero todos están en éste”. La afirmación la leí por primera vez a comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo y encabezaba el artículo de un prestigioso periodista de motor y también piloto de velocidad de motocicletas, varias veces campeón de España. Para un poco más que adolescente de aquella época, ávido de sensaciones, emociones y experiencias, venía a abrirle los ojos sobre las enormes posibilidades que la vida planteaba ante él. Lejos de la realidad uniforme, adoctrinada, gris y represora de la mentalidad y educación franquistas que había recibido en buena parte de su infancia, había otros mundos diferentes, abiertos, transgresores y enriquecedores esperando a ser descubiertos.
Si en el ámbito personal, emocional, educativo, cultural y profesional e

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