El pequeño pueblo de Briceño, ubicado a unas cinco horas en carro desde Medellín, es ahora un improvisado y confuso campo de atención de desplazados por la violencia. En el día, las tiendas, los restaurantes, la sede de la Alcaldía, la Personería municipal, la iglesia San Antonio de Padua, todo en el parque principal está atiborrado de campesinos. SEMANA recorrió este municipio atrapado por el horror.

El frente de la estación de Policía –a solo 2 metros– funciona como un improvisado fogón comunitario, con dos enormes arrumes de madera, cuatro grandes pailas y dos hondas ollas en las que se cocinan los alimentos.

La Gobernación de Antioquia, la Alcaldía municipal, algunas ONG, voluntarios y alcaldes vecinos los han donado para saciar el hambre de las víctimas . Entre ellas hay, según ci

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