Recuerdo una mañana soleada y nubosa. En la misma cafetería de siempre, al lado de la librería de siempre, en el mismo espacio de siempre, con el mismo café peoresnada de siempre. Sé que parece una queja, pero no lo es. La reconozco de lejos por los lentes que le he visto a través de fotografías en redes sociodigitales, aunque en muchas de ellas prescinda del artefacto que nos hace menos miopes. Los nervios que no estaban, aparecen cuando me dicen que, en efecto, ella es Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993). Es probable que, como siempre, haya sido un saludo disforme al que no supe responder. Nada grave, considero.

Pienso entonces en una cita de ella misma para paliar la impresión y retomar el rumbo. “Que el dios de la ñoñez nos ayude a nosotros, los que necesitamos escribir para e

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