Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que conducir una villavesa era sinónimo de estabilidad , un buen salario a final de mes y una carga de trabajo asumible, con tiempo suficiente en las paradas, sin el estrés que cualquiera percibe hoy en cuanto pone un pie en el autobús. Todo, o casi todo, ha cambiado en los últimos años. Ya casi nadie quiere que su hijo herede su trabajo, como sucedía en la antigua y familiar Cotup , en los años 80 o en los 90 .

Y sin este contexto resulta casi imposible entender lo que sigue, las causas de una huelga que ya dura diez meses y a la que no se ve un final cierto. Porque el conflicto, además, viene de lejos e interpela también a la clase política navarra : ¿hay que asumir un deterioro continuo en el servicio público y en las condiciones sin esperar

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