Su llegada estaba prevista temprano y desde que alumbraba la mañana las calles de Valdesoto funcionaban sin descanso. Arriba, en la Casona de Leceñes, no faltaba nadie: estaben les pites, los bueyes y los burros; las vecinas encargadas de la esfoyaza del maíz y otras que picaban calabaza y cebolla para el embutido; se aparejaba a los mansos -«poneivos guapos que os están haciendo fotos», les decía Jacinto González mientras sonaban los flashes de los periodistas- y una de las mujeres ataviadas con el traje tradicional anunciaba a sus vecinos, que se amontonaban ya en aceras, carreteras y balcones, que traía 'agua de la fuente' -que no era agua precisamente- para combatir un inesperado frío otoñal que comenzaba a calar en los huesos.
Enfrascados en esta algarabía de costumbre y tradición,

El Comercio

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