Han pasado ya quinientos años desde que el rey de Inglaterra, Enrique VIII, rompió con Roma y dio origen a la Iglesia Anglicana. Aquella separación, más política que teológica, se produjo cuando el monarca promulgó el Acta de Supremacía (1534), asumiendo el control de la Iglesia en Inglaterra y negando la autoridad del Papa. No se trató de una ruptura dogmática, sino disciplinaria: Enrique VIII no modificó la doctrina católica, sino que sustituyó la figura del Pontífice por la suya como cabeza de la Iglesia nacional. Desde entonces, ningún rey británico había acudido al Vaticano. Hasta este jueves, cuando Carlos III fue recibido por León XIV y rezaron juntos, protagonizando un momento histórico.
Aunque el conflicto matrimonial entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, hija menor de los Rey

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