Christchurch

En los años cincuenta, Christchurch era una ciudad ordenada de calles rectas y casas bajas, un lugar en Nueva Zelanda que pretendía ser Inglaterra en pleno Pacífico. Tenía una catedral gótica en el centro, con tranvías que avanzaban lentos, parques cuidados donde las familias iban los domingos y con una moral rígida que se respiraba en los colegios y en las salas de té a media tarde. Todo parecía limpio y controlado, pero debajo de la fachada había una sociedad conservadora que vigilaba a sus jóvenes con ojos severos, que no aceptaba la diferencia y que miraba con desconfianza a cualquiera que se saliera del molde.

En ese marco, vivían dos familias muy distintas:

Los Parker por un lado, con oficios modestos y un aire de esfuerzo diario, con una madre llamada Honora que

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