Es argentino y, evidentemente, es maestro parrillero y pese a no ser porteño, «me encantan los tangos». Apasionado del trabajo, recuerda que «la mayor razón por la que no tengo casi aficiones es porque he invertido mi tiempo en trabajar, porque al no tener padrino lo he tenido que hacer todo solo». Jugó al baloncesto, tocó el piano y la guitarra, pero nada de eso hace ahora.
Metódico, serio y amable. Observa la vida por debajo de las gafas con una mirada inteligente que denota muchos años de estudio y trabajo que le han llevado incluso a estar nominado, él y su equipo, al Premio Princesa de Asturias de Cooperación por su descubrimiento del exceso de aluminio en el agua que bebemos y conseguir cambiar el abastecimiento en gran parte de Sudamérica con la mejora en la salud que esto implica.

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