Dicho así en frío y con simples números en la mano no es fácil apreciar la magnitud de la situación, pero una vez que El Mundo ha separado a los ganadores por celdas, les ha puesto colores según su continente y ha resaltado a las escritoras con puntos negros, el arcoíris de la desigualdad se muestra en todo su esplendor. Unos inicios, como era de esperarse, marcadamente europeos y masculinos, con algunas notas de color aquí y allá tras la inclusión de Tagore (Nobel 1913) representando a Asia y los primeros americanos haciendo presencia, hasta una modernidad mucho más policromática desde la década del 2000 hasta nuestros días. Una tendencia positiva que, esperamos, se siga manteniendo a pesar de las múltiples polémicas que pueda generar en ciertos círculos.

Y es que el tema no es premiar a

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