“Y ese pin… grito para mi suegro que mide como 2 metros… y al final me quedé con su hija”. La frase, soltada con esa mezcla de burla y orgullo que solo él sabe manejar, se clavó en el aire como un clavo al rojo vivo.
Ángela Aguilar, sentada en primera fila, no movió un músculo… hasta que sí. Una risa corta, casi involuntaria, se le escapó entre los dedos. Luego, el gesto más elocuente: las manos cubriendo el rostro, el cuerpo encogiéndose hacia atrás, como si el peso de la burla —o de la verdad— la hubiera empujado contra el respaldo. Nadie gritó. Nadie aplaudió. Solo el eco de la canción, y el silencio incómodo que sigue a una confesión demasiado personal para un escenario.
En redes, la reacción fue inmediata. Algunos vieron en la frase un acto de valentía: un hombre que no se disculpa

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