Resulta difícil digerir la idea de fracaso en una sociedad donde el ego ha escalado a la categoría de religión. Perder el año, ser aplazado o no alcanzar una meta se traduce a menudo en una herida para ese ego. Sin embargo para aquellos que hemos pasado por esa experiencia, el tropiezo se convierte en una valiosa escuela. Lejos de ser un simple revés, es un ejercicio de madurez que nos obliga a aterrizar la inexperiencia, a reevaluar prioridades y en última instancia a ganar en conocimiento y perspectiva de vida.

Cuando el fracaso se da en el ámbito estudiantil, la primera preocupación de muchos padres se centra en el costo económico. Es comprensible que se piense en la inversión perdida, en los gastos de matrículas, pasajes, uniformes, loncheras y útiles que, sumados, representan una cif

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