Por: Ramiro Andrés Gutiérrez Plazas
Vivimos tiempos donde la desconfianza parece haberse convertido en la emoción dominante. En la calle, en el trabajo, en las relaciones personales, incluso en las redes sociales, todos actuamos con un grado de alerta constante. No se trata de paranoia, sino de un mecanismo de supervivencia aprendido, desconfiar antes que decepcionarse, callar antes que exponerse, atacar antes que ser herido. Pero ese estado de vigilancia permanente tiene un costo silencioso, el cansancio emocional de vivir a la defensiva.
Los psicólogos lo describen como una forma de estrés sostenido, una tensión que nunca termina de relajarse. Es el resultado de estar continuamente interpretando gestos, palabras y actitudes, buscando posibles amenazas o malas intenciones. Este tipo de

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