Cuando se acerca el Día de Muertos , el aire cambia. Es algo profundo, invisible. Es como si el tiempo se detuviera un instante y se abriera una puerta que separa —apenas— dos realidades. Es, según se dice, el momento en que nuestros seres amados que partieron cruzan ese umbral para venir a visitarnos, a recordarnos que no se han ido del todo.
Nuestra cultura mexicana ha hecho de este encuentro una de sus expresiones más bellas y amorosas, porque entendemos que la muerte no es el fin, sino un cambio de forma. En nuestras ofrendas hay una sabiduría milenaria: el fuego que guía, el agua que purifica, la tierra que sostiene y el aire que comunica.
Cada elemento tiene un propósito y un lenguaje, y juntos componen un puente simbólico entre los mundos. Y también ocurre en muchas culturas del

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