Cada 31 de octubre, Arequipa se convierte en un escenario donde dos celebraciones de distinto origen se cruzan y, en cierta medida, compiten por el alma cultural de la ciudad: Halloween y el Día de la Canción Criolla. La primera, importada y globalizada, llena las calles y redes sociales con disfraces, luces neón y calabazas; la segunda, profundamente peruana, nos recuerda el eco de las guitarras, el zapateo y la picardía de la música criolla. Ambas conviven, aunque no siempre en armonía.

Halloween ha ganado terreno en las últimas décadas, especialmente entre los jóvenes arequipeños. Las discotecas y centros comerciales lo han convertido en un producto rentable y masivo, símbolo de diversión, consumo y modernidad. En Arequipa, los barrios y colegios organizan concursos de disfraces, y las

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