La cantante, que mantiene un popular club de lectura, ha vuelto a hacer viral una de sus últimas recomendaciones: la novela 'Yo nunca supe de los hombres', de Jacqueline Harpman
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Cuarenta mujeres malviven encerradas en un sótano, aisladas por completo de lo que ocurre en el exterior. Llevan tantos años allí que han perdido la noción del tiempo. Tampoco saben dónde están, en qué país se encuentran o si la humanidad ha logrado trasladarlas a otro planeta. Cuando las retuvieron allí, no se conocían: procuraron que así fuera, que no tuvieran vínculos familiares, que procedieran de países distintos, que no desempeñaran la misma profesión. Solo tienen en común el hecho de ser mujeres, unas mujeres que en ese tiempo han encanecido, han dejado de menstruar.
Comienzan a olvidar el pasado, la vida anterior al cautiverio, cuando tenían ocupación, familia; cuando se relacionaban con los hombres. Porque, ahora, ellos son los captores. Los guardias se turnan para vigilarlas, pero no les dirigen la palabra. No les hablan, no las tocan; sin embargo, por alguna razón, les proporcionan alimento y unas condiciones básicas para mantenerlas vivas, sanas. Es todo tan extraño… Pero ya carecen de fuerzas para rebelarse, para preguntar siquiera. La poca energía que les queda, el latido que aún ruge, se les va en cocinar y en sumirse en una cháchara que las entretiene.
Ahora bien, no todas pueden darse el gusto de bucear en el pasado para recordar escenas de las que mantienen el espíritu ardiente; no todas tienen el lujo de poseer memoria. Hay una que llegó allí cuando era tan pequeña que apenas conoció ese mundo de antes, que carece de recuerdos. Es ella, convertida en una adolescente, la narradora de Yo que nunca supe de los hombres (1995; Alianza, 2025, trad. Alicia Martorell), una novela de la escritora belga Jacqueline Harpman (Etterbeek, Bruselas, 1929-2012) que permaneció inédita en castellano hasta que, tras el éxito de la adaptación de El cuento de la criada, el género de la distopía de trasfondo feminista se convirtió en una nueva tendencia.
En España se publicó en 2021, y pasó un tanto desapercibida. Si la editorial ha decidido reeditarla ahora ha sido gracias al éxito reciente de la traducción al inglés, que ha tenido como prescriptora a Dua Lipa, que la recomendó en su popular club de lectura. El libro se hizo viral en TikTok, donde ha conectado con generaciones de lectores que aún no habían nacido cuando se escribió —en 2024, se vendieron 100.000 ejemplares solo en Estados Unidos. Así de extravagantes pueden ser los meandros de una obra literaria: uno publica un libro, pero quizá no se venderá hasta que ya haya muerto (si es que llega a venderse); uno recibe elogios de los críticos sesudos, pero son las palabras de una cantante reconvertida en influencer literaria las que le dan el impulso.
Hoy pesa más la recomendación de un famoso que la de un, a priori, especialista, o que el propio criterio editorial. Con todo, cualquier excusa es buena para leer; y, al César lo que es del César, Dua Lipa no tiene mal gusto. Yo que nunca supe de los hombres nos adentra en una narración introspectiva en la que, como en toda literatura de verdad, lo que pesa es la textura, el pulso, el estilo, la forma en detrimento de la acción. Es una voz inquietante que refleja la forja de identidad cuando se carece de los referentes sociales a los que los lectores estamos habituados; una identidad limitada, en un contexto de represión que se puede entender como una metáfora de las dictaduras y las torturas.
En el encierro, a la protagonista le pesa sobre todo la negación de la intimidad, de una relación afectiva (con los hombres, pero tampoco podría con las mujeres, ya que se les prohíbe tocarse); la imposibilidad, en fin, de descubrir el amor. Ese anhelo del amor no se entiende como un fin romántico –desconoce el romanticismo, por otro lado–, sino como el emblema del estado de represión en el que se hallan. Las mujeres cuchichean entre risas al evocar sus momentos gozosos del pasado; ese imaginario, que a la joven le está vedado, deviene una obsesión. Pero no se resigna: ella es, también, una chica inteligente, con una mente que bulle de pensamientos que desconciertan a las demás, acostumbradas a sobrevivir con el cerebro adormecido para neutralizar el sufrimiento.
El ascenso a la nueva realidad
Será a través de la joven, de la rebeldía adolescente y de sus ganas de vivir que podrán encontrar una vía de escape. La narradora nos habla años después del encierro; anticipa, por lo tanto, que esa etapa quedó atrás. Sin embargo, como se va desvelando, lo que hallaron las mujeres al salir no se parecía al mundo tal como lo habían conocido antes. La novela plantea dos formas de supervivencia: por un lado, la resiliencia silenciosa, en la prisión, en la que lo sencillo y típicamente asociado a las mujeres –desde trocear unas verduras a chismorrear– ayuda a sobrellevar el día a día; por el otro, el paso a la acción cuando les toca construirse un nuevo camino para salir adelante. La sororidad, como el sacrificio, resultan claves en ambos estados.
El ascenso a esa nueva realidad puede interpretarse, casi de manera literal, en términos del mito de la caverna de Platón: las mujeres, atrapadas en un sótano (las sombras), sin ánimo para buscar la vida verdadera (la luz), salen al fin de su cueva, pero la liberación no les reporta felicidad inmediata, sino nuevos retos a los que aclimatarse si no quieren perecer bajo el fuerte calor. Para la protagonista, que por primera vez sube una escalera, la idea de ascenso es aún más gráfica y vive una particular epifanía al descubrir lo que hay fuera. Además, como miembro más joven del grupo, encarna a su vez a la discípula en quien las demás delegan, conscientes de que la juventud tiene más posibilidades.
Lazos con 'El cuento de la criada'
Si Margaret Atwood escribió El cuento de la criada (1985) en Alemania del Este, con la conciencia de que cualquier orden establecido puede venirse abajo, por imposible que parezca, Josephine Harpman canaliza a través de la escritura el trauma del Holocausto, que terminó con varios miembros de su familia asesinados en Auschwitz y que le hizo ser víctima del antisemitismo. Por mucho que adopten un relato distópico, el núcleo de cada novela revela un malestar contemporáneo, que en ambos libros tiene un nexo, además, con el control de las mujeres y su sexualidad.
En ambas, las mujeres han terminado sometidas, después de una hecatombe social de la que no se dan detalles. En ambas historias, los hombres deciden sobre su sexualidad. En El cuento de la criada al clasificarlas según su grado de fertilidad y utilizándolas, cuando pueden, como vientres gestantes de los hijos de las familias poderosas; en Yo que nunca supe de los hombres, se les niega la posibilidad de intimar y, por extensión, de reproducirse, en una afrenta directa a la supervivencia de la especie. En ambas cosas, el placer sexual es un tabú, lo que dice mucho de cómo este tema lo sigue siendo en la sociedad actual, o, al menos, lo era cuando las autoras escribieron sus novelas.
Jacqueline Harpman no fue la escritora de una sola obra: a lo largo de cinco décadas de carrera publicó cerca de treinta libros, entre los que destacan, además de este, Orlanda (1996), Premio Médicis; Brève Arcadie (1959), Premio Victor-Rossel; y La Dormition des amants (2002), Premio Les Espiègles de Bélgica. También escribió para el cine y la radio, y trabajó como crítica teatral. En los años sesenta, la muerte de su editor la llevó a dar un giro a su vida y se formó como psicoanalista, una profesión que insufló un nuevo aire a su obra literaria, como demuestra Yo que nunca supe de los hombres.
Formación de identidad, opresión, instinto de supervivencia, conciencia del cuerpo y la sexualidad, alianza femenina y una profunda meditación existencial son los ingredientes de esta novela, de esta suerte de distopía feminista que, a diferencia de El cuento de la criada, no se caracteriza tanto por la acción como por una narración más reflexiva, con esa verbosidad de los narradores francófonos que gusta de indagar en los pormenores del lenguaje y en la propia subjetividad del yo. Con prescriptores famosos o sin ellos, es sin duda una lectura recomendable.

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