Un enjambre de motos zumbantes sube zigzagueando por la calle Rucas hasta el corazón del complejo Penha, una constelación de trece favelas encastradas una junto a la otra al pie de la Sierra de la Misericordia, cuarenta minutos al norte de Río Janeiro.

Las motos vienen a los bocinazos y el gentío que va subiendo a pie entiende que es mejor correrse rápido, aunque no hay hacia dónde.

El callejón angosto tiene a los lados una vereda 30 centímetros más alta -y más angosta que el callejón-, pero de acceso imposible: si no hay una reja hay un puesto de venta de anteojos de sol, o de ananás, o de remeras con la cara de Madonna que quedaron sin vender desde la última vez que la reina del pop estuvo en Río, hace ya un año y medio.

Todos los motociclistas y sus acompañantes -a veces uno, a vec

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