Pálida, enfundada en un amplio camisón blanco que oculta sus delicadas formas, antaño disfrute y admiración de muchos, Violetta languidece devorada por una fiebre tísica en su lecho de dolor. Annina, su criada, la informa de que fuera, París entero, enloquece, por el Carnaval. "Entre tantos que se divierten ¡sabe Dios cuántos infelices sufren!" se lamenta la enferma. Reflexiones lúcidas hijas de una muerte proxima. ¡Qué lejanos quedan ahora los brindis placenteros que escuchábamos al principio! y que han sido ejecutados por una orquesta prisionera en el foso bajo una tupida red de seguridad que el responsable de la compañía ha juzgado severamente al principio de la función: "en casi cuarenta años no hemos visto algo semejante". Pero el celo protector no impide que la música de Verdi reine
La Extraviada
La Nueva Crónica22 hrs ago35


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