Cómo el celuloide transformó y dio vida a la tradición mexicana del Día de Muertos.

El Día de Muertos vive en las llamas de los altares y en las luces de las pantallas del cine.

Es el mismo fuego que aviva las velas y los proyectores, que ilumina los rostros de quienes partieron, pero permanecen en los recuerdos y en las imágenes en movimiento.

Desde las primeras películas mexicanas, el cine buscó retratar ese diálogo íntimo que el pueblo mantiene con sus difuntos. Sin embargo, las luces y las sombras del blanco y negro no alcanzaban a contener el colorido del sincretismo mexicano: el blanco de la risa entre el azul de las lágrimas, el aroma del incienso y el copal, el amarillo del cempasúchil que marca caminos de regreso a casa.

Antes de que el amarillo de las flores delineara sus “ve

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