El 1 de noviembre de 2024, la marquesina de la estación ferroviaria de Novi Sad colapsó y mató a dieciséis personas. Era viernes por la mañana y cientos de pasajeros se disponían a subir a los trenes hacia Belgrado o Subótica cuando, de repente, una estructura de cemento —vieja, agrietada y nunca reparada— cedió sobre los viajeros. Aquella tragedia no solo destrozó la vida de las víctimas y sus familias, sino que también sacudió la conciencia colectiva de un país entero. Serbia, un año después, ya no es la misma . Lo que inicialmente se intentó presentar como un accidente puntual se reveló, con el paso de los días, como una consecuencia directa de la corrupción sistémica, la desidia institucional y la mala gestión crónica. El derrumbe de la marquesina fue la chispa de un movimiento est

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