Estos castillos y fortalezas cuentan cómo se dibujaron y defendieron las fronteras en la península: del límite con Portugal a los Pirineos, pasando por las líneas que separaron reinos cristianos e islámicos. Piedra a piedra y muralla a muralla, viajamos por algunos de ellos
Viajar en vertical: pueblos colgados, ciudades en alto y casas que se asoman al vacío
Las fronteras no siempre estuvieron en los mapas. Durante siglos se trazaban con murallas, torres y fortines. En la península ibérica esas líneas eran móviles. Se desplazaban según las fortalezas caían o resistían, según un ejército cruzaba un río o ganaba una batalla. Las hubo entre el mundo islámico y el cristiano, entre Castilla y Aragón, o a lo largo del límite con Portugal. Y en cada una de ellas, un castillo servía de vigía, de punto de paso y de símbolo de poder.
Hoy, aquellos lugares que un día fueron estratégicos son una manera de viajar por la historia. Muchos conservan sus estructuras casi intactas, otros apenas muestran unos muros, pero todos explican cómo se fue dando forma al territorio. En ruta recorremos siete castillos que nacieron para defender una frontera y que hoy son miradores privilegiados de nuestro pasado.
Castillo de Loarre (Huesca)
Entre las sierras prepirenaicas, Loarre es toda una referencia hecha en piedra. Se levantó en el siglo XI para proteger el avance del reino de Aragón frente a los dominios islámicos del valle del Ebro. Su ubicación lo dice todo: sobre un promontorio rocoso que domina la llanura, con una panorámica inmensa que servía para controlar pasos y vigilar incursiones. Fue tanto fortaleza militar como monasterio y residencia real, creando una mezcla poco común que explica su complejidad.
Dentro de sus muros hay torres, capillas, aljibes y pasadizos. El templo románico de San Pedro conserva capiteles y bóvedas perfectamente restauradas, y la torre del homenaje, con sus muros de más de tres metros, recuerda su papel defensivo. Desde la muralla exterior, considerada una de las mejor conservadas de Europa en su estilo, se entiende por qué Loarre nunca perdió su condición de vigía del norte aragonés.
Castillo de Peñíscola (Castellón)
El de Peñíscola es un castillo entre el mar y el cielo. Lo levantaron los templarios a finales del siglo XIII sobre una antigua fortaleza islámica, en un peñón que se adentra en el Mediterráneo. Su valor estratégico era evidente: controlar la costa y el tráfico marítimo en tiempos en los que la frontera no era solo terrestre. Las murallas, las bóvedas de cañón y las torres del recinto interior hablan del rigor militar de la orden.
Más tarde, el castillo fue residencia del papa Benedicto XIII, el Papa Luna, que lo transformó en palacio y refugio durante el Cisma de Occidente. Esa mezcla de fortaleza templaria y sede papal le da una personalidad única. Desde lo alto, la vista abarca el mar por un lado y el caserío blanco del pueblo por otro, consiguiendo un equilibrio perfecto entre historia y paisaje.
Ciudadela de Jaca (Huesca)
En el extremo norte, la Ciudadela de Jaca recuerda que las fronteras no desaparecieron con la Edad Media. Felipe II mandó construirla en el siglo XVI para reforzar la defensa del Pirineo frente a Francia, ya en tiempos de artillería y pólvora. Su planta pentagonal con baluartes, fosos y pasadizos es un ejemplo impecable de la ingeniería militar renacentista. Ninguna otra fortaleza española conserva tan bien este tipo de estructura.
El recinto impresiona por su simetría y por la amplitud del entorno. Desde sus bastiones se controlaba el Alto Valle del río Aragón y se garantizaba la seguridad de la ruta del Camino de Santiago. Hoy, además de funcionar albergar un museo, la Ciudadela acoge exposiciones y recreaciones históricas que devuelven a la vida su pasado militar. Una visita que mezcla arquitectura, historia y un paisaje pirenaico imponente.
Castillo de Alburquerque (Badajoz)
El Castillo de Luna se asienta sobre un risco que domina el límite con Portugal. Nació en época islámica, pero su fisonomía actual se debe a las reformas cristianas de los siglos XIV y XV, cuando se convirtió en bastión clave entre Castilla y el vecino reino luso. Su torre del homenaje, imponente, fue ampliada por orden de Álvaro de Luna, de quien tomó el nombre, y durante siglos fue pieza esencial en los conflictos fronterizos.
Hoy se conserva gran parte del recinto, con murallas escalonadas, patios interiores y una ermita dentro del conjunto. El pueblo de Alburquerque se adapta a su silueta y sus calles empedradas suben hasta la fortaleza. Desde arriba, el paisaje es una sucesión de sierras, dehesas y caminos que recuerdan lo cerca que está Portugal y lo mucho que costó mantener esa frontera.
Castillo de Valencia de Alcántara (Cáceres)
Este castillo, en plena frontera, fue testigo de siglos de tensiones con Portugal. Su origen es musulmán, pero alcanzó importancia en el siglo XIII, cuando la Orden de Alcántara lo convirtió en uno de sus enclaves principales. En los siglos siguientes sufrió asedios, conquistas y reconstrucciones continuas, especialmente durante la Guerra de Restauración portuguesa en el XVII. Cada reforma adaptó el recinto a nuevas técnicas defensivas, de las almenas medievales a los prominentes baluartes.
Pasear por sus restos es recorrer esa historia: muros gruesos, torres semicirculares y vistas amplias sobre el casco antiguo, donde aún se intuye el trazado medieval. En el interior funciona el Centro de Interpretación de los Primeros Pobladores, que añade un interesante contrapunto llevándonos del pasado prehistórico a la frontera moderna.
Castillo de Gormaz (Soria)
Erigido en el siglo X por el Califato de Córdoba, el castillo de Gormaz fue una de las mayores fortalezas de la frontera del Duero, la llamada Marca Media. Controlaba un paso natural entre el norte y el sur peninsular, lo que lo convirtió en escenario de constantes enfrentamientos entre los reinos cristianos y el poder islámico. Su muralla, de casi un kilómetro de longitud, impresiona incluso en ruinas.
Desde lo alto se divisa medio valle del Duero y se entiende su importancia estratégica. Fue tomado y perdido varias veces hasta que finalmente quedó en manos cristianas en el siglo XI. Conserva la puerta califal, la torre del homenaje y restos de aljibes. Ahí arriba y tan aislado, es uno de esos lugares donde es fácil escuchar el silencio.
Castillo de Mora de Rubielos (Teruel)
Entre los reinos de Aragón y Castilla, Mora de Rubielos fue una plaza clave. Su castillo, levantado en el siglo XII y ampliado en el XIV por la familia Fernández de Heredia, servía de fortaleza de vigilancia en esta frontera cambiante del sur aragonés. Su posición elevada y sus gruesos muros lo convirtieron en una plaza difícil de tomar en las guerras fronterizas, y siglos después también tuvo un papel activo durante las Guerras Carlistas.
Hoy, Mora de Rubielos conserva su castillo en excelente estado, y es uno de los conjuntos góticos mejor conservados de Aragón. Desde sus torres y patios porticados, es fácil imaginar cómo era la vida en esta fortaleza de frontera. Además, el casco histórico del pueblo mantiene un aire medieval de murallas, callejuelas y piedra dorada que nos traslada fácilmente a otra época.

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