Cada día la inteligencia artificial se vuelve más precisa para anticipar lo que queremos. Nos sugiere qué ver, qué comprar, qué ruta tomar y hasta qué palabras usar al escribir un correo. Y aunque esa eficiencia parece útil, hay algo inquietante en vivir dentro de un sistema que siempre tiene razón sobre nuestros gustos. Cuanto más acierta, menos espacio queda para la casualidad.

Durante siglos, la sorpresa fue uno de los motores del aprendizaje y la creatividad. Encontrar un libro por accidente, probar un plato nuevo sin reseñas, conocer a alguien en un lugar imprevisto. Hoy, la inteligencia artificial filtra esas experiencias antes de que sucedan. Nos entrega un mundo hecho a medida, pero tan cómodo que deja poco margen para el descubrimiento.

La personalización extrema se siente como

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