Cuando muere alguien querido, se desvanece el futuro que no compartiremos, pero también grandes regiones del pasado. Lo que vivimos juntos, la jerga íntima, las canciones, los chistes incomprensibles para el resto del mundo y los recuerdos quedan huérfanos igual que un zapato solitario. Tenemos que acostumbrarnos a un mundo podado, a una casa vacía. Todo sigue en su sitio, pero nos parece gastado, insulso y tedioso. A medida que pasan los días, disminuye la incredulidad de la ausencia, pero subsiste esa aspereza, como una miga alojada en la garganta, como un guijarro en las botas, y ese ardor sin freno que sube a los ojos.
Y fantaseamos. Loca e inútilmente, los llamamos por su nombre para que vuelvan y restauren el mundo tal y como era. Por eso, todos los grandes mitos incluyen una bajada

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