No es un secreto que no me gusta Calero. Tampoco si ganamos. Ni cuando ascendimos. Ni aunque nos salvemos. Me gustaría honestamente que me hiciera cambiar de opinión. Lo celebraría con entusiasmo. Sería el mejor de los síntomas. Hay partidos, como el de Mallorca, en los que veo brotes verdes y me ilusiono. Ojalá tuvieran continuidad. Ojalá poder aplaudir que está forjando un Llevant con personalidad, con coraje, con identidad.
Durante los quince años que escribo sobre el Llevant cada semana, nunca me he dejado llevar por el resultadismo. Una victoria a veces es anecdótica. Incluso dos. O tres. Son las dinámicas las que permiten visualizar el crecimiento y el futuro de un equipo, a medio y largo plazo. Tampoco me gusta ser ventajista y aprovechar las coyunturas en que emerge un cierto run-

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