En algún momento de 1985 almorcé con Sam Francis en la cafetería de The Washington Times, donde ambos trabajábamos. Puede que nunca hayas oído hablar de Sam Francis, pero los seguidores del movimiento MAGA (al menos los más intelectuales) lo conocen como uno de los pensadores seminales de su agrupación.

El almuerzo fue incómodo porque lo encontré siniestro e inquietante (y probablemente él me consideró ingenuo). En aquel entonces yo no comprendía que su forma de pensar triunfaría en los círculos conservadores y la mía sería derrotada. No creo que él ganara porque fuera un racista redomado, aunque lo era. (Más tarde fue despedido por escribir una columna en la que sostenía que “ni la ‘esclavitud’ ni el ‘racismo’ como institución son un pecado”). Creo que ganó porque era un revolucionario,

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