El pasado 7 de septiembre, en las elecciones de la vital provincia de Buenos Aires, estalló una desagradable sorpresa para el gobierno nacional. Frente a su posible creencia de poder ir por todo, desechando imprescindibles diálogos, alianzas y acuerdos, despreciando modales y no ahorrando insultos, este hecho se convirtió en una derrota electoral de magnitud.
Ello, a pesar de sus logros económicos indiscutibles: las cuentas públicas, la relación entre los ingresos y los gastos, con un permanente superávit. Las exportaciones crecientes y superando a las importaciones.
Y ese eterno flagelo, la inflación, para asombro de propios y ajenos, en un increíble proceso descendente, exhibiendo un actual rango estable alrededor del 2% mensual.
Por supuesto que dichos logros fueron posibles por el a

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