Es una ciudad que late a más de 80 decibeles , el equivalente a tener una licuadora encendida junto al oído. Y aunque el ruido parece parte del paisaje —tan natural como el aire o el tránsito—, sus efectos son todo menos inocentes. En la capital de Buenos Aires, el silencio es una especie en extinción .

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la exposición continua a sonidos que superan los 55 decibeles durante el día o los 40 por la noche afecta el descanso, altera el sistema nervioso y puede derivar en hipertensión, ansiedad y trastornos del sueño . En territorio porteño, casi ningún barrio queda fuera de esos márgenes.

“ Estamos tan acostumbrados a vivir ruido que ya no lo percibimos . Se vuelve parte del cuerpo, y cuando llega el silencio, nos resulta incóm

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