El cementerio de Guadix está a las afueras, aunque no tan lejos como su estación de tren. La capital europea de las cuevas amanece en otoño con un sol limpio y brillante que se refleja cegador sobre el muro blanco que rodea el camposanto. La verja de la puerta principal está abierta de par en par. En las jambas, de ladrillo naranja, se lee en vertical con letras de forja: “HH Fossores” , en la izquierda, y “de la Misericordia” , en la derecha. Una cuesta de asfalto flanqueada por cipreses invita a entrar. Sólo se oye el piar de algunos pájaros.

Arriba está la casa cueva de los únicos frailes del mundo cuya misión principal es el cuidado de los cementerios y el acompañamiento a las familias en duelo. La puerta también está abierta. El timbre suena como el de cualquier portero a

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