Las últimas elecciones presidenciales en Bolivia mostraron que, aunque las redes sociales son un campo de batalla importante en los procesos electorales, no son el único factor para definir su resultado. En ese sentido, el algoritmo amplifica, pero no sustituye la confianza.
Esa misma lección parece no haber sido aprendida todavía en el Perú. Desde el propio Ejecutivo hasta la Municipalidad de Lima, pasando por algunos gobiernos locales, las llamadas “granjas de troles” se han convertido en herramientas habituales de comunicación política. Cuentas anónimas, financiadas con recursos públicos o privados, se despliegan cada día en redes sociales para hostigar a críticos, fabricar apoyos o imponer tendencias artificiales.
El problema es que esa estrategia erosiona lo que más escasea en nuest

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