Suele suceder en Hollywood. Una serie de fracasos previos, de casualidades, de rechazos y hasta de involucramientos intempestivos termina configurando un desastre colosal o un éxito fenomenal. Sin términos medios y sin demasiados argumentos para explicar un destino o el otro.

En este caso confluyeron, entre otras cosas, una maniobra ilegal del guionista y productor, una estrella que enloquece a un director y lo hace renunciar, un actor desganado que cree que el proyecto no está a su altura y un estudio que rechazó el proyecto cuando estaba muy avanzado porque el presupuesto le pareció excesivo.

También, claro, están el espíritu navideño, un guion maravilloso, una dupla de ladrones con gran química, el timing perfecto del slapstick y un actor infantil con una simpatía y encanto iniguala

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