Los relatos de miedo acompañan al ser humano desde que aprendió a contar historias. Las primeras civilizaciones ya hablaban de sombras que regresaban del más allá o de figuras que vagaban entre los vivos. La gran Roma no fue una excepción. En sus calles se extendían rumores sobre apariciones que perturbaban la vida diaria, y hasta las casas más respetables acababan marcadas por su fama. Aquellas narraciones circulaban como entretenimiento y advertencia a la vez, y de esa costumbre surgieron las leyendas que fascinaron a los escritores del Imperio .

El abogado y estadista romano Plinio el Joven escribió al senador Sura para pedirle su opinión sobre los fantasmas. En su carta incluyó tres episodios que había oído: uno sobre una aparición que predijo la gloria y la muerte de un político, otro sobre una casa donde sonaban cadenas en mitad de la noche y un tercero ocurrido en su propia residencia.

Becky Little explicó en National Geographic que estos relatos funcionaban como pequeñas leyendas urbanas del mundo antiguo , sin intención de aterrorizar, sino de entretener a quienes ya creían en presencias inquietas .

Los romanos temían que un entierro mal hecho condenara al alma a vagar sin descanso

Entre los motivos más repetidos en esas historias estaba el entierro inadecuado. Debbie Felton , profesora de la Universidad de Massachusetts Amherst, señaló que los romanos temían quedar sin sepultura , porque el alma errante podía transformarse en espectro. En la narración de Plinio, el filósofo que se alojó en la casa encantada halló los restos del fantasma envueltos en cadenas y pidió que se les diera sepultura. Tras el entierro, la aparición desapareció, lo que reforzó la idea de que la paz del alma dependía de los ritos funerarios cumplidos .

Las historias de fantasmas se contaban en los patios y en las termas, mezclando advertencias morales con la diversión de escuchar sucesos inquietantes

El teatro también reflejó esa superstición. En la comedia Mostellaria de Plauto , escrita hacia el 200 a. C., un esclavo inventa que la casa de su amo está embrujada para ocultar una fiesta celebrada en su ausencia. Aunque el tono es humorístico, la obra consolidó el modelo de casa encantad a que siglos después reapareció en la carta de Plinio: un edificio abandonado, un ruido que no cesa y un visitante que desvela la causa del malestar. Daniel Ogden , historiador de la Universidad de Exeter, explicó que esta tradición provenía del folclore griego y continuó viva tras la caída del Imperio romano .

Las apariciones no siempre eran de muertos comunes. Algunas leyendas mencionaban figuras semidivinas . Suetonio relató que Julio César vio una antes de cruzar el Rubicón , y Plinio comenzó su carta a Sura con otra visión que anunciaba el éxito político de un hombre. En ambos casos, el elemento sobrenatural servía para subrayar la grandeza del protagonista , más cerca de la propaganda que del miedo.

Los romanos acabaron riéndose de los fantasmas que antes temían

Con el paso del tiempo, los autores romanos trataron las historias de fantasmas con tono irónico. Luciano , en el diálogo Philopseudes del siglo II, hizo que un filósofo contara cómo liberó a un espíritu hallando sus restos, pero su interlocutor se negó a creerlo. Esa incredulidad sugiere que, aunque el público conocía las supersticiones, muchos las consideraban simples cuentos . Del mismo modo, dos de las tres narraciones romanas conservadas sobre casas encantadas son comedias , prueba de que el tema ya se veía como una costumbre más que como una amenaza.

Plinio el Joven usó los fantasmas para debatir la frontera entre la razón y la superstición

Plinio terminó su carta contando un suceso ocurrido en su propia casa. Dos criados afirmaron haber despertado con el pelo cortado y haber visto sombras durante la noche. El propio Plinio pidió a Sura que le diera una respuesta sobre la existencia de los fantasmas. Su duda, más que una confesión de miedo, mostraba curiosidad por entender una superstición extendida . Felton cree que alguien le gastó una broma y que él no comprendió la intención.

En cualquier caso, las viejas leyendas romanas hablan menos de espectros que de la necesidad humana de explicar lo que no entiende . Aquellas historias, contadas entre filósofos o en los foros, sirvieron para reírse del temor y, al mismo tiempo, mantenerlo vivo.