El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dejado claro que su táctica preferida para presionar a otros países en negociaciones es el aumento de aranceles. Esta estrategia se evidenció la semana pasada cuando Trump anunció un incremento del 10 % en los aranceles a Canadá, motivado por un anuncio antiarancelario emitido por el primer ministro de Ontario, Doug Ford. Ford, en su declaración, citó al fallecido expresidente Ronald Reagan, quien en 1987 criticó el uso de aranceles como herramienta de política comercial. Aunque no existe una relación directa entre la acción de Ontario y la decisión de Trump, la respuesta del presidente estadounidense no sorprendió a muchos. Este episodio pone de manifiesto la complejidad que enfrentan los países que negocian con Estados Unidos. Primero, deben adoptar una mentalidad transaccional, preguntándose: “¿Qué podemos ofrecer?”. Además, deben estar preparados para que, en el último momento, Trump exija más, lo que les obliga a tener siempre algo adicional que ofrecer. Por último, los países deben lidiar con un tercer obstáculo: la imprevisibilidad de los aranceles. Estados Unidos impone aranceles de represalia por cuestiones que a menudo no están relacionadas con el comercio. Esto significa que ningún país puede anticipar qué decisión o comentario podría ofender a Trump, quien puede reaccionar en cualquier momento con más aranceles. Este enfoque representa un cambio significativo en la forma tradicional de hacer negocios, donde los aranceles se utilizaban principalmente para corregir desequilibrios comerciales y proteger el mercado interno al encarecer las importaciones. La situación actual crea un entorno de incertidumbre que complica las negociaciones comerciales internacionales.