Por la mañana, la isla de Janitzio está cubierta por un denso velo de neblina que apenas deja entrever la estatua de Morelos que luce en la cima. A esa hora los perros aún duermen sobre las calles empedradas y las mujeres de cada familia salen a barrer la entrada de su casa o a dejar a los niños a la escuela. Algunas de ellas, cuando van de regreso, ya cargan con los ramos de cempasúchil y las velas que utilizarán para adornar sus altares.

“Ellos llegan con el frío, con las mariposas, con los patos. Cuando empezamos a verlos por la isla sabemos que nuestras ánimas están regresando”, dice Domingo Guzmán, el presidente del Consejo Indígena de Janitzio, mientras acomoda un plato de charales preparados.

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A partir del 30

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