Vivir el Día de Muertos en Ciudad de México es presenciar una soberbia lección de humanidad. Los viajeros que llegan descubren que esta celebración no es solo un espectáculo visual, sino una experiencia transformadora. CDMX abre sus brazos, invita a caminar entre cempasúchiles, a escuchar el eco de los tambores, a probar el pan de muerto y, sobre todo, a comprender que celebrar a los que ya no están es también celebrar la vida misma. Porque, como dicen los chilangos, «recordar es volver a vivir».

No existe otro lugar en el mundo donde la frontera entre ambos conceptos —vida y muerte— se viva con tanta emoción, color y respeto. Aquí, la muerte no se teme: se honra. Se le pone rostro, música y flores. Se le canta y se le baila. Es memoria, es identidad, es arte.

Este año, el Gran Desfile

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