Qué difícil es sentarse frente a la pantalla e intentar escribir una necrológica de Daniel Willington. Porque la razón se resiste ante la evidencia de su partida. ¿Cómo concentrarse en teclear si la cabeza solo repite que no puede haberse muerto “el Loco”?
Tenía 83 años y, aunque venía “tocado” por algunos avisos que le dio el cuerpo, su espíritu parecía enfrentar la implacable lucha contra el calendario con el mismo vigor con el que se medía ante sus rivales en la cancha.
Quien esto escribe se reunía periódicamente con “el Daniel” con el objetivo de ayudarle a escribir su autobiografía: una vida de novela, plagada de pequeñas grandes historias que conformaron su perfil de personaje del fútbol, una característica que claramente excedió su etapa de pantalones cortos.
“Si en mi paso por e

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