Decimos adiós, pero no nos vamos. Apagamos la cámara, pero seguimos conectados. Cerramos la puerta, pero enviamos un último mensaje.

Somos la generación que no sabe irse del todo. La que se despide tres veces y luego vuelve con un “ espera, antes de que me vaya… ”.

Las despedidas modernas son un ritual confuso. No terminan nunca. En las reuniones virtuales decimos “ bueno, ya nos desconectamos ” y pasamos otros quince minutos hablando de cualquier cosa.

En los chats, decimos “ me duermo ” pero seguimos activos una hora más. En las llamadas, el “ ya, chao ” se convierte en “ bueno, cuídate… ¿y cómo sigue tu perro? ”. Es como si tuviéramos miedo de cerrar la ventana, de poner punto final, de aceptar que el momento se acabó.

Antes, las despedidas eran simples. En persona, uno se

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