Entre montañas, puentes y reflejos en el agua, Lucerna combina historia y encanto suizo a orillas del lago de los Cuatro Cantones. Un destino perfecto para una escapada rápida con sabor a queso y chocolate

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Lucerna, capital del cantón del mismo nombre, creció junto al lago de los Cuatro Cantones y el río Reuss. Su ubicación la convirtió desde la Edad Media en un punto clave de comercio entre el norte y el sur del país. Hoy mantiene su trazado antiguo, sus puentes cubiertos y su aire tranquilo. Y, además, tiene el tamaño perfecto para disfrutarla en un fin de semana.

Llegar es muy sencillo: basta con volar a Zúrich y tomar un tren directo que, en apenas 40 minutos, nos deja en pleno centro. Desde allí todo está cerca: el lago, las murallas, las plazas y las montañas que se asoman al fondo. Estamos en Suiza y eso ya nos avisa de que los precios no van a ser precisamente bajos, pero la calidad de los servicios, la belleza del entorno y lo pintoresco del lugar, hacen que la experiencia lo valga.

Viernes por la tarde: primeras vistas junto al río

Lo primero es dejar la maleta en el alojamiento. Dormir en el centro histórico es lo más cómodo, pero si el presupuesto es ajustado, los barrios de las afueras funcionan muy bien gracias a una red impecable de autobuses y trolebuses.

Después, la idea es salir sin rumbo fijo y dejarse llevar por el río Reuss. Allí espera el Puente de la Capilla (Kapellbrücke, del siglo XIV), el gran símbolo de Lucerna, con sus vigas de madera y sus pinturas del siglo XVII que narran escenas de la ciudad. A su lado, la Torre del Agua (Wasserturm, construida alrededor de 1300), que sirvió como prisión, archivo y torre de defensa. El conjunto, sobre todo al atardecer, es el mejor retrato de Lucerna.

Para cenar, lo ideal es hacerlo en alguno de los restaurantes del Rathausquai o la Mühlenplatz, con vistas al agua. Es buen momento para probar una fondue de queso, servida en el clásico caquelon de cerámica, con pan y encurtidos, o una raclette, otro plato típico donde el queso fundido se acompaña de patatas cocidas y cebollitas en vinagre. Y de postre, por supuesto, cualquier cosa que implique chocolate suizo.

Sábado por la mañana: el corazón medieval

El centro histórico de Lucerna es pequeño y perfecto para recorrer a pie. Calles empedradas, fuentes de agua potable, fachadas pintadas y plazas llenas de historia. En Weinmarkt, Hirschenplatz o Kornmarkt las casas parecen recién salidas de un cuento. En el Ayuntamiento (Rathaus), de piedra y madera, se concentran muchos curiosos, igual que en el puente Spreuerbrücke, más corto y menos concurrido que el de la Capilla, pero igual de fotogénico.

Entre paseo y paseo, un café o una parada para ver escaparates ayudan a saborear el ambiente de la ciudad. Lucerna no tiene el ritmo frenético de otras urbes europeas, y eso es parte de su encanto.

Antes del mediodía, la Mühlenplatz vuelve a ser una buena opción para comer algo rápido, ahora con luz. Un rösti, esa especie de tortilla crujiente de patata, o una porción de Älplermagronen, un gratinado de pasta, patata, queso y cebolla muy típico de la Suiza Central, son elecciones acertadas.

Sábado por la tarde: museos y murallas

El Museo del Transporte de Suiza (Verkehrshaus) merece toda una tarde, pero de camino desde el centro es fundamental aprovechar y desviarse a conocer el monumento al león moribundo, tallado en la roca en recuerdo de los guardias suizos caídos durante la Revolución Francesa en 1792. Tras una rápida parada, verás que el Verkehrshaus es uno de los más completos de Europa: trenes, teleféricos, coches, aviones, barcos, simuladores y hasta una zona dedicada al espacio. Lo ideal es comer pronto para tener tiempo, porque cierra a las 17h y es fácil perder la noción de las horas dentro. Si viajas con niños verás que es perfecto, pues se puede tocar, jugar y aprender sin parar en cada uno de sus espacios

Cuando el museo cierra ya es casi de noche, y es buen momento para acercarse a las murallas de Musegg, que rodean parte del casco histórico. Se conservan nueve torres, cuatro de ellas visitables entre abril y noviembre. Desde lo alto, las vistas del lago y los tejados son magníficas, pero aunque no puedas subir el paseo exterior vale igualmente la pena porque la iluminación se cuida con mimo.

Para la cena, de nuevo el río es el mejor aliado. En la zona de Rathausquai junto al Kapellbrücke se encuentran locales acogedores donde probar especialidades suizas. El Luzerner Chügelipastete, un volován relleno de carne en salsa blanca, es típico de la ciudad. También los quesos de la región, como el Sbrinz, fuerte y aromático, o el Bratkäse, que se puede servir caliente y ligeramente tostado.

Domingo por la mañana: entre iglesias y montañas

El domingo puede ofrecer dos planes muy distintos, ambos igual de tentadores. • Opción 1: ciudad y lago

La mañana puede empezar con la visita a la iglesia de San Leodegario, una de las más representativas del Renacimiento suizo, o la de los Jesuitas, junto al río. Después, un paseo nos puede llevar al Jardín de los Glaciares, donde se pueden ver formaciones rocosas talladas por el hielo hace miles de años.

Después, toca acercarse al lago de los Cuatro Cantones: sus paseos están llenos de bancos, cisnes y vistas perfectas para las fotos. Si el tiempo acompaña, hay antiguos barcos de vapor que nos pueden llevar a conocer la ciudad desde el agua. • Opción 2: el monte Pilatus

La alternativa es pasar la jornada en las alturas. Desde Lucerna se puede tomar un barco temprano hasta Alpnachstad, donde comienza el tren cremallera más inclinado del mundo, con un 48% de pendiente. En media hora alcanza los 2.132 metros del Monte Pilatus. Arriba hay miradores, rutas señalizadas y un tobogán alpino a mitad de bajada de 1.350 metros de longitud. Las vistas del lago y de los Alpes suizos son espectaculares. El regreso se hace en el Dragon Ride, un teleférico panorámico que baja hasta Kriens, y después en bus hasta Lucerna. Si el vuelo de regreso a casa nos deja margen, este sería sin duda el plan perfecto para este día. Aunque si se busca una alternativa más tranquila, el Monte Rigi es otra excelente opción.

Si decidimos quedarnos en la ciudad, el Rathausquai vuelve a ser el sitio ideal para comer. Si optamos por las montañas, podemos comer en un restaurante en las alturas o llevarnos el pícnic en la mochila.

Domingo por la tarde: despedida

Con el tiempo justo antes de regresar a Zúrich, aún podemos dar un último paseo por el casco antiguo o hacer una parada en alguna tienda local para llevar chocolate o queso de recuerdo. Los trenes hacia Zúrich salen cada poco, así que la vuelta es sencilla.

Cuando llega el momento de decir adiós, verás que Lucerna se despide igual que nos recibió: tranquila, elegante y con el rumor del río de fondo. Un fin de semana basta para conocerla, pero siempre deja la sensación de que aún queda mucho por descubrir, y disfrutar.