Se cumple una semana del deleznable asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, un hecho que no solo evidenció la fragilidad de su seguridad como funcionario, sino también la falta de respuesta del gobierno federal para expulsar al crimen organizado del municipio.
Durante meses, el alcalde hizo llamados de auxilio y, aunque desde Palacio Nacional se aseguró que lo que ocurre en Uruapan y en Michoacán es herencia de sexenios pasados, poco se ha dicho sobre cómo se administra esa herencia maldita: la impunidad y la violencia que persisten en un estado clave para la exportación de limón y aguacate.
El asesinato de Carlos Manzo enardeció a los habitantes que tanto lo apreciaban, quienes ahora exigen justicia y reclaman que, de una vez por todas, se atienda el problema que se recrudece en

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