Da nombre a la última canción de la artista y es objeto de boicot por su silencio ante el genocidio en Palestina. Berghain resume la tensión entre cultura, política y gentrificación en el Berlín actual

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Si hubiera que traducir su nombre al castellano, lo más literal sería algo así como “La montaña arbolada”, pero Berghain (el club del que todos hablan gracias al primer single de Rosalía) no nace de un paraje natural sino de la conjunción de dos barrios que flanquean los lados norte y sur del edificio en el que se encuentra la discoteca: Kreuzberg (en lo que fuera el Berlín Occidental) y Friedrichshain (Berlín Oriental). Berghain, antes de convertirse en uno de los clubs techno más emblemáticos —de la capital alemana primero y del mundo occidental después— era una central eléctrica que data de mediados del siglo XX.

Una central, de arquitectura brutalista, ubicada a pocos metros de la principal estación de tren de lo que fuera el antiguo Berlín Oriental y que, tras la caída del muro y la desindustrialización de la zona en los noventa, vivió el mismo destino que muchas otras viejas factorías: el abandono. Al menos hasta 2004, cuando Norbert Thormann y Michael Teufele fundaron el club para sustituir a Ostgud (1998-2003), una discoteca nacida de su fiesta itinerante Snax: que mezclaba techno y liberación sexual gay.

Ostgud, que estaba erigida sobre un antiguo almacén ferroviario que acabó por demolerse, se había convertido en el centro neurálgico de la subcultura techno de Berlín y celebró su despedida el 6 de enero de 2003 con una rave de 30 horas. Un año después, el emblemático club renació con otro nombre y en otra ubicación.

“Yo llegué a conocer Ostgud”, cuenta a elDiario.es Tatiana Romero, mexicana de 41 años que se mudó a Berlín en 2003, recién cumplida la mayoría de edad. “Imagínate con dieciocho añitos, que estás llena de energía y te quieres comer el mundo”, recuerda Romero, quien empezó a asistir a las fiestas de Berghain porque un amigo de su expareja era camarero ahí dentro. “Era un lugar de liberación para la gente queer, donde podías ser tu misma y pasarlo bien sabiendo que estabas en un entorno seguro”, continúa Romero para decir que ella, en Berghain, ha follado mucho.

“Las habitaciones oscuras eran espacios de anonimato donde podías ser tú misma sin tapujos, donde quienes aún no habían salido del todo del armario podían explorar su sexualidad”, explica para asegurar que muchas personas que llegaron muy jóvenes a la cultura techno alemana pudieron vivir su sexualidad de manera más libre que en otros lugares que se promocionan abiertamente queer. “Aquello era mucho más liberador que las fiestas que pueda haber en Mallorca o Ibiza hoy”, apostilla la mexicana. “El techno está muy enfocado en el disfrute corporal, sin palabras. Esa música no te da hueco a que hables, a que estés de cháchara. O sea, tú vas a bailar y punto. O vas a follar y punto”, insiste.

La construcción de un mito

Los cuartos oscuros, la arquitectura del edificio, la prohibición de hacer grabaciones o fotos en su interior, el código de vestimenta, las colas de varias horas y el estricto portero (Sven Marquardt) que interroga a los aspirantes a asistente antes de decidir si les deja pasar o no, ha contribuido a que, con los años, Berghain, además de ser una discoteca, se convierta en un mito.

“Berghain se tiene que leer dentro del contexto propio de Berlín. Apareció como un espacio del underground que, poco a poco, recogió todo el auge del techno en Alemania y le ha acabado pasando lo que le ocurre a todo Berlín con la gentrificación. Y, claro, toda su política que antes funcionaba bien ha quedado subsumida. El sistema liberal se apropia de las cosas que son nicho. Hay muchos memes que se ríen de lo que es Berghain ahora”, apunta a este periódico Carolina Jiménez, comisaria en Hangar (Centro de investigación y producción artística de Barcelona), y que ha explorado la cultura techno y la pista de baile como espacios políticos y estéticos, un interés que consolidó durante los años en los que vivió en Berlín.

Berghain se tiene que leer dentro del contexto propio de Berlín. Apareció como un espacio del underground y le ha acabado pasando lo que le ocurre a toda la ciudad: la gentrificación

Berghain, hoy, está localizada junto a lo que se denomina la Eastside Gallery, una serie de murales sobre una sección de 1316 metros en la cara este del muro que fueron salvados de su derribo. Se considera la galería de arte al aire libre de mayor longitud y duración del mundo. A su lado se encuentran empresas como Google o Zalando.

“Empezó teniendo una política de acceso muy restringida y eso al final se ha convertido en una disfunción”, critica Jiménez para señalar que es común la broma de que si te pillan hablando español o italiano en la cola no te dejan entrar y que la deriva del club, que ha ido subiendo los precios de todo, está muy clara: hacia el dinero.

“Yo entré mil veces, aunque sí que es verdad que a los españoles en Alemania no se les mira muy bien”, apunta Romero, que acudió a la discoteca por última vez en 2010. Para ella, no es una cuestión de racismo sino de xenofobia. “Los españoles son muy ruidosos, siempre tienden a ir en grupo y a hacer fotos cuando se les dice que no lo hagan. Yo entiendo que esas cosas no caen muy bien para conseguir entrar en Berghain”, explica.

La turistificación

Rosalía no ha sido la primera española en utilizar la discoteca alemana en su trabajo (Berghain es el título del primer single de su último álbum, LUX). El cineasta Rodrigo Sorogoyen rodó un capítulo de la serie Los años nuevos (2024) en la que su pareja protagonista iba a la legendaria fiesta de 52 horas que celebra el club en año nuevo.

Ana y Óscar, el dúo protagonista interpretado por Francesco Carril e Iria del Río, van nerviosos y acompañados por un par de colegas alemanes que les ayudan a colarse y poder entrar. Visten de cuero y de negro, van maquillados como les han dicho que lo hagan e intentan que no les oigan hablar español. Sorogoyen no pudo grabar el capítulo en la propia Berghain y tuvo que emular su esencia en la también famosa Tresor.

Como Ana y Óscar, Lidia consiguió entrar en Berghain con su entonces pareja a fines de agosto de 2024. Tenía 26 años y era jueves. “No tuvimos que hacer demasiada cola, aunque es verdad que fuimos muy pronto, sobre las ocho de la tarde, por si teníamos que esperar mucho para entrar”, relata la española que tiene muchos amigos que han intentado entrar en varias ocasiones y a los que no dejaron pasar. “Un amigo que sí consiguió hacerlo nos dijo que era muy importante ponernos ropa negra, que si teníamos algo de cuero nos lo pusiéramos también y que nos maquilláramos ambos” relata para señalar que también se puso un collar de cuero.

Aquel día solo estaba abierta una parte del edificio, lo que llaman ‘Panorama Bar’. Un espacio más pequeño en el piso de arriba que está decorado con fotografías del fotógrafo y artista Wolfgang Tillmans a gran escala y presenta ventanas altas con vistas al este de Berlín.

“Me había informado muy bien de lo que había que hacer en estos sitios para entrar, porque a mí esta etiqueta de tener que saber el lineup de quien va a pinchar o llevar un determinado tipo de ropa me parece un poco loco”, opina Lidia que admite haber flipado ante el cuestionario del portero. “Es típico que te pregunten cosas en este tipo de sitios, pero en Berghain es muy estricto, parece la Selectividad”, bromea para admitir que no se podían creer que, finalmente, los dejaran pasar. “Quizás no fuimos el día con mayor afluencia, pero solo por el edificio merece la pena entrar”, opina.

El silencio ante el genocidio

Carolina Jiménez cuenta que Berghain es algo más que un club, es una institución cultural en Alemania. Una institución que expresó públicamente su apoyo a Ucrania cuando estalló la invasión rusa y que calló ante el genocidio palestino convirtiéndose, desde entonces, en objeto de boicot desde buena parte de la sociedad berlinesa y varios círculos del ámbito cultural asociados al mundo del techno y la electrónica. “Me resulta muy llamativo que Rosalía haya decidido titular Berghain a su último trabajo teniendo en cuenta la situación sociopolítica que vive el club, que está señalado”, observa Jiménez.