Ciudad Juárez.- Desde el lado texano del río Bravo, las familias paseñas se alineaban con paciencia bajo el sol ardiente. Hombres de traje oscuro, mujeres con sombrillas de encaje, niños subidos a los hombros. Todos querían ver lo mismo: el movimiento inquieto de los revolucionarios acampados en el otro margen, en el lado mexicano.

Era mayo de 1911 y Ciudad Juárez hervía como un caldero. Entre el polvo y el viento del desierto, los hombres de Francisco I. Madero, Pascual Orozco y Francisco Villa esperaban la señal para tomar la plaza. Desde El Paso, aquel paisaje era un espectáculo vivo: fogatas, rifles al hombro, tiendas improvisadas entre la maleza y un rumor constante de consignas que el viento arrastraba hasta el lado estadounidense.

Las fotografías de la época, como la que hoy cons

See Full Page