La congestión vehicular no solo deteriora la calidad de vida: también resta competitividad, productividad y salud.
Isabel Studer
El 4 de noviembre, Marcelo Ebrard fue categórico: “La importación de vehículos que no cumplen con las normas ambientales en México se acabó.” A su lado, Alicia Bárcena reafirmó el compromiso del país con “una economía que crezca sin contaminar”. Ambos tenían razón, y su anuncio fue recibido como una señal alentadora. Pero también reveló algo incómodo: la política mexicana de transporte y descarbonización sigue siendo una colección de medidas dispersas, más reactivas que estratégicas. Publicidad
El decreto se enfoca en camiones y autobuses usados, como si ahí estuviera concentrado el problema. Pero mientras se cierran las puertas a los vehículos pesados, el pa

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