La artista mexicana presentó un potente monólogo sobre cómo sobrevivir a las profundas cicatrices causadas por el maltrato y la masculinidad impune

Conchi León presentó Cachorro de León. Casi todo sobre mi padre, una obra que es un bofetón al patriarcado, en el Festival de Otoño. Era la primera vez que su teatro llegaba a Madrid, pero la corajuda yucateca tuvo que estrenar su pieza con un tercio de la grada vacía por falta de venta de entradas. El aforo de la sala, la Cuarta Pared, es de 200 personas. Un problema, la falta de público, que también se evidenció en los numerosos asientos vacíos de la inauguración del certamen en los Teatros del Canal. Aun con todo, la mexicana se metió al público en el bolsillo desde el primer momento con este poderoso y duro monólogo.

Conchi León lleva más de veinte años depurando la forma de su teatro. En su país, desde que estrenó en 2005 Mestiza Power, la adoran. En aquel Mestiza Power León contaba las historias de las mujeres indígenas de su tierra. Mujeres a las que no se deja estudiar, que ejercen de empleadas del hogar y son violadas y explotadas, y que cuando se casan son golpeadas por hombres machos, impunes y alcoholizados.

La autora y actriz nació en la península de Yucatán, territorio del sur mexicano donde la cultura maya todavía sigue en pie. Más del 50% de la población es maya y casi un 40% es hablante de lenguas mayas. Una cultura, sobre todo, preservada por las mujeres. Mujeres que guardan con celo sus tradiciones y su cultura frente a un occidente hoy capitalista, ayer imperialista, que siempre las apartó, golpeó, vejó y aniquiló por su triple condición de indias, mujeres y pobres.

Una memoria oral

El Popol Vuh, uno de los grandes libros mayas, se escribió alrededor del año 1550 después de las matanzas en México y Guatemala de Pedro de Alvarado. El pueblo maya quería preservar su memoria y fue un indígena quien trascribió la recitación oral de un anciano. El teatro de Conchi León repite ese mismo gesto trayendo las historias de su pueblo a escena.

El teatro de León fija su mirada en su comunidad. Y lo hace a través de historias hiladas con los testimonios que la autora va reuniendo y que reflejan tanto el horror violento como la dignidad y fuerza de unas mujeres resilientes y luchadoras. Su teatro es femenino e íntimo, testimonial y político, pero al mismo tiempo está lleno de humor, ironía y mestizaje.

En las más de treinta obras que ya ha escrito esta autora, siempre ha abordado sus historias a través de la mirada de la mujer. Obras en la que ha tratado la violencia ejercida sobre ellas, la prostitución, las arbitrariedades de la autoridad hacia la propiedad indígena, el desarraigo motivado por la migración a los EEUU o la dura vida en las cárceles. Pero en este caso, en Cachorro de León, la autora se enfrenta al espejo: “Regresé a Mérida porque me dijeron que le había dado un infarto a mi padre, Mauricio León Rosas”. Así comienza esta obra donde León se confronta a su propia historia.

La historia de un padre que nació en un vagón de tren porque su progenitor vendió la casa para gastarse el dinero y dejó a su familia con ocho hijos allí viviendo. La de un padre maltratador, alcohólico, que golpea constantemente a la madre y que de una patada malogró el parto del hermano pequeño que nació con una discapacidad por los daños cerebrales causados por la paliza. Pero también la de un padre al que Conchi quería e idolatraba identificándolo con el gran galán de la época, el cantante y actor Pedro Infante.

La culpa y el perdón se mezclan con el machismo impune, con los recuerdos de infancia, con las historias sórdidas de los amigotes de su padre y con las cicatrices profundas que la autora define como “heridas que están dentro y se envenenan de sangre”. León nos cuenta su historia, pero lo hace pegando un buen revés al teatro de auto ficción que tantas veces se resguarda en formalismos vacuos. Apuesta todo a la oralidad. A contar con toda la sinceridad posible su verdad, aunque esté llena de sentimientos contradictorios.

El teatro de Conchi León es femenino e íntimo, testimonial y político, pero al mismo tiempo está lleno de humor, ironía y mestizaje

En España no somos conscientes de la fuerza de los cuenteros en Latinoamérica. De Mayra Navarro en Cuba, Ana Padovani en Argentina, Eraclio Zepeda o Moisés Mendelewicz en México; o de Carolina Rueda o Alekos en Colombia. Nada sabemos de los festivales multitudinarios donde miles de personas van a escuchar las historias de sus pueblos y sus gentes. Los cuenteros son tan importantes allá porque llevan a la comunidad las historias silenciadas, los márgenes y las periferias. Todas esas historias que no suelen estar en las grandes obras de los dramaturgos y que cuando raramente llegan a los grandes teatros pierden, muchas veces, la fuerza de comunicarse con el pueblo de donde surgieron.

León recoge ese arte milenario, el de contar, y lo une con una escritura que pasa sin problema alguno de lo popular a la frase poética, sintética y poderosa. Además, en escena León acompaña el relato con acciones teatrales mínimas con los pocos objetos que hay en el espacio. Con una tetera rota, unos cigarrillos, y poco más, la artista va diseminando signos poderosos de cómo la nostalgia se enfanga con lo peor de una cultura tan machista como despiadada con la mujer.

Sin su virulencia, esta mujer de teatro recoge el testigo de una de las grandes creadoras feministas de México, Jesusa Rodríguez. Hay todo un movimiento de teatro insurgente femenino en América Latina. Un teatro poscolonial, popular y fronterizo que cuenta la intrahistoria de todas esas mujeres y lo hace desde parámetros teatrales lejanos al canon de la obra textual y de autor.

Por eso fue aún más desolador ver a una de las grandes representantes mexicanas de esa veta teatral en una sala medio vacía. Cabe preguntarse para qué sirven estos festivales si se limitan a ser meros espacios de exhibición, incapaces de convocar a 200 personas a un teatro.

El Festival de Otoño, como explicó este periódico, afronta una edición con menos presupuesto que el año pasado y con una directora, Marcela Diez, que tan solo estará por un año. Un festival que tiene tres veces menos presupuesto que hace 15 años y la mitad de espectáculos programados. La edición de este año no ha empezado muy bien.

En la gran inauguración en los Teatros del Canal se presentó el trabajo del belga Alain Platel Coup Fatal, coreógrafo bien conocido por el festival al que ha asistido en numerosas ocasiones como director de Les Ballets de C. de la B. Se quiso solventar la siempre difícil papeleta de la inauguración con un valor seguro y el tiro les salió por la culata. Una de las piezas más flojas del belga que, además, entre tanto asiento vació quedó todavía más deslucida.