Entre comisiones de investigación, declaraciones judiciales y tertulias de bar, la verdad intenta sacar cabeza sin mucho éxito y con un enemigo casi imbatible: cada vez son más quienes entienden que defender una verdad única es autoritario, propio de otras épocas y otros regímenes.
El precio que estamos pagando es que se ha convertido en un bien relativo, maleable: cada quien fabrica la suya. Las redes sociales, los algoritmos y la sobreabundancia de información han erosionado la idea de una verdad objetiva, compartida por todos. Llegados a este punto, la mentira, esa palabra maldita, se ha diluido como el azúcar en el café: la saboreas, pero no puedes separala porque no la ves. Que los políticos mientan sin ningún empacho es un síntoma de una dolencia que si no curamos, acabará matando l

Diario de Teruel

New York Post
Just Jared