¿Nos hemos sorprendido al descubrir que, muchas veces, solo nos sentimos bien con nosotros mismos cuando recibimos la aprobación o el aplauso de otros? ¿Por qué le damos a los demás el poder de decidir cómo debemos sentir, pensar o actuar?

¡Cuánta belleza hay en la libertad! En pensar distinto, en caminar bajo la lluvia sin paraguas aunque otros prefieran resguardarse, en andar descalzos aunque la arena queme o el piso enfríe los pies. Y hacerlo no por rebeldía ni por llevar la contraria sin razón, sino porque es el sentimiento que nos guía, la creencia que nos impulsa y la certeza de que expresar lo que dicta la mente y el cuerpo es lo correcto.

Expresarnos por convicción, sin querer causar disgustos —aunque a veces los provoquemos, pero sin que esa sea nuestra motivación— es esencial e

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