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Está claro que no todos damos la misma importancia a nuestro aspecto físico, pero también que es un factor bastante clave de nuestro bienestar mental. Imaginemos lo fundamental que puede llegar a ser verse y sentirse bien para un adolescente, en esa etapa en la que la aceptación de los iguales es tan vital, cuando la opinión de nuestra abuela (que siempre nos encuentra los más guapos) deja de resultar tan convincente.

Y ahora situémonos en el mundo mental y el contexto real de una chica adolescente de hoy. A las inseguridades que conllevan los cambios físicos y emocionales de la pubertad se une un bombardeo mediático y publicitario mucho más agresivo, cuantitativa y cualitativamente, de lo que adultos de otras generaciones hemos experimentado.

No es la misma presión que la que reciben los chicos. Tampoco influye igual en la construcción de la sexualidad de unos y otros el consumo de pornografía en la adolescencia. Estos contenidos, a los que cada vez más se accede mucho antes de tener la capacidad de gestionarlos, enseñan a las jóvenes “que el reconocimiento social depende de su capacidad de exposición, generando una socialización basada en la autosexualización. La pornografía no solo moldea cómo los varones aprenden a desear, sino cómo las adolescentes aprenden a ser deseadas”. Así nos lo explica Mario Ramírez de la UNIR, después de revisar las últimas investigaciones.

Y todo esto tiene un efecto. Las chicas sufren más que los chicos a partir de la pubertad. Duermen peor. Experimentan más ansiedad y depresión, perciben menos control sobre sus cuerpos y sus sentimientos, se juzgan con más dureza y se gustan menos. Tras un estudio con más de 10 000 adolescentes españoles, los investigadores de la universidad de Zaragoza Alejandro Legaz Arrese y Carmen Mayolas-Pi, y Joaquin Reverter Masia, de la Universitat de Lleida, llegan a la siguiente conclusión: “La pubertad femenina llega antes y con cambios hormonales más intensos(…). Pero estos cambios son naturales y ocurren en ambos sexos; no son la causa ni la solución por sí solos. La diferencia está en cómo se viven y qué significan esos cambios en un entorno social lleno de expectativas sobre el cuerpo femenino”.

Hablan de un contexto marcado por presión estética, la exposición continua a redes sociales y las expectativas de “ser perfecta” en múltiples dimensiones. “La pubertad”, explican, “se convierte así en un cruce biológico y cultural particularmente exigente para ellas”. Y además, esta brecha en el bienestar mental no desaparece con los años: las mujeres adultas siguen presentando peores niveles de sueño, mayor ansiedad y depresión, y más insatisfacción corporal que los hombres.

La adolescencia parece el momento más oportuno para establecer las bases de una relación sana con la propia imagen, física y mental. ¿Podemos ayudar los adultos? Sí, si prestamos atención a los mensajes que chicos y chicas reciben, a los influencers que siguen, ofreciendo alternativas positivas, comentando con ellos los mensajes y las imágenes que ofrecen. El deporte es una manera excelente de mejorar el bienestar en la adolescencia, al igual que enseñar a resolver conflictos de manera constructiva e incluir la educación emocional en la escuela: tanto para chicos como para chicas. Hay mucho que se puede hacer desde diferentes ámbitos para que las chicas no estén condenadas a sufrir más simplemente por el hecho de serlo.

The Conversation