A casi todos nos ha pasado que cruzarnos con alguien conocido, saludar con una sonrisa… y no recordar su nombre.

Aunque parezca una simple distracción, la psicología explica que este olvido es mucho más común —y natural— de lo que pensamos.

Cuando conocemos a alguien, nuestro cerebro guarda diversos datos sobre esa persona, como su apariencia, voz o actitud, pero el nombre suele quedar en segundo plano. Esto ocurre porque, entre la enorme cantidad de información que procesamos a diario, el cerebro prioriza lo que considera más relevante para el momento y deja fuera lo que no tiene una conexión lógica inmediata, como los nombres propios.

De acuerdo con el profesor D avid Ludden, del Georgia Gwinnett College , “la memoria de los nombres propios funciona de manera distinta a la de otros

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