Por algún mandato, divino o terrenal, aunque lo más probable es que el misterio corresponda más a la biología de especies distintas, las mascotas mueren antes que sus dueños. Y en su partida arrasan los sentimientos de éstos, con el compungido eco de sus ladridos o maullidos, para dividir las biografías humanas en un arbitrario universo que divide las aguas entre gente perruna y gente gatuna. Todos quienes sufrimos ese tipo de pérdida, sabemos lo que se sufre cuando una mascota se va . Disculpas de antemano por la vulgaridad prosaica del lenguaje: quizá haya que descubrir otra palabra que exprese ese sentimiento de alma en pena ahora que está mejor considerado llamar a pichichos y mininos “animal de compañía” o “animal conviviente”. Parece ser que para el progresismo lo correcto no es ll

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