“Armero es ese manchón gris que se ve allá”, le dijeron a Diana Jiménez, entonces de 10 años, tras sobrevivir a lo que coloquialmente se conoce como una avalancha por erupción volcánica, el más mortífero deslizamiento de ese tipo del que se tenga registro en el mundo. Era 1985 y Armero, un pujante municipio de actividad rural en el centro de Colombia, había desaparecido arrasado por lo que los geólogos llaman un lahar: el flujo de hielo derretido, lodo, material piroclástico, tierra, rocas y el agua desbordada de dos ríos y una represa. Un raudal implacable que causó la muerte de alrededor de 25.000 personas.
Diana Jiménez apenas pudo empezar a comprender lo que había ocurrido en su ciudad el día después de la avalancha, cuando observó el poblado desde una finca, en la que su familia se a

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